Soy amor hecho garras: ensayo sobre Elías Nandino: una vida no/velada

 “Mi cuerpo es el sepulcro en el que escondo/

los fósiles instintos/que como peces ciegos/

torpemente se mueven en mi sangre.”

Elías Nandino, Cerca de lo lejos

 Por Carlos Olivares Baró*

I

La vida: “arena seca, testimonio exacto/de que por ella transitaba un río”. La vita de un poeta es un pozo donde los ecos retumban allá abajo y ensordecen al mundo de aquí arriba con gestos, hambre, huidas, encuentros, victorias, cuerpos, fracasos, soledades y cantos. La biografía del poeta Elías Nandino (1900-1993) es como una furia dibujada en los ángulos de esa llovizna perpetua que nos acompaña: algarabía de violines que en plazas desoladas entonan agrias y transparentes melodías. La noche ha sido larga porque el espejo ha multiplicado los delirios, el sueño nunca ha permanecido inmóvil: “detrás de mis párpados” ha quedado la memoria: una eterna letanía de luces espera los regresos.

II

En enero de 1987 yo deambulaba por esta ciudad, que poco a poco iba descubriendo, y en una tienda de autoservicio vi el título de un libro que, por esos días, había levantado sonada polémica en los medios literarios del país: Elías Nandino: una vida no/velada de un tal Enrique Aguilar. A pesar de que en un Cuba un profesor, militante comunista que ensañaba literatura en la Universidad, siempre nos dijo que el Grupo de Contemporáneos estaba integrado por “unos afeminados que poco aportaron a las letras de México” y que “lo importante es profundizar en las propuestas revolucionarias del estridentismo”, yo conocía algo de la poesía de Nandino y había leído, gracias a Reinaldo Arenas –mi mentor literario por esos años-, en antologías que él me prestaba, fragmentos de las obras de Owen, Gorostiza, Villaurrutia, Pellicer, Cuesta y Novo. Prefería, en ese entonces, la poesía de Villaurrutia; hoy prefiero la de Gorostiza: Nandino era, y es todavía, una curiosidad. Ya el FCE había publicado uno de sus mejores poemarios Cerca de lo lejos (1979) y un amigo de Guadalajara me había regalado Erotismo al rojo blanco (1983): frente al texto del tal Enrique Aguilar no dudé un segundo y me lo robé (yo era pobre, indocumentado y feliz, y en las tiendas de autoservicio uno podía, con cierta facilidad, apropiarse de los libros: aún no aparecían esas alarmas ruidosas que hoy nos paran los pelos y las ganas).

La primera confesión que debo hacer es que lo leí en una sentada: me detuve unos minutos en las fotos del médico-poeta y decidí enviarle un ejemplar a mi amigo –el novelista cubano exiliado en Nueva York- Reinaldo Arenas quien me había obligado a leer, nunca lo olvido, Nocturna palabra a la par que me decía: “dicen que ese Nandino se ha templado a casi todos los muchachos del DF…”; me miraba con esa alucinada luz que siempre lloraban sus ojos y señalándome con picardía, recitaba de memoria: “Tengo miedo de ti,/de mí,/del mundo, del aire,/del amor, de la sombra.” Pasaron tres semanas y recibí una carta de Reinaldo Arenas donde decía: “Leí la biografía que me regalaste. ¿Vive todavía el bugarrón Nandino? Tenga Ud. cuidado con él[…]Así como Nandino, pienso escribir algún día mi autobiografía: contándolo todo de todos…” Quienes hayan leído Antes que anochezca, la desgarradora novela autobiográfica póstuma de Arenas, encontrarán más de una coincidencia con Elías Nandino: una vida no/velada.

III

“Sí./Quiero crear un poema/transparente y cínico…”

Elías Nandino

Enrique Aguilar arma, desde los hilos obsesivos y las cadencias íntimas de Nandino, un texto fascinante. Pausas, abandono, muerte, dolor, infancia, cabalgata y soledades son los pespuntes que el escritor reconstruye y los hace literatura (vida en el lenguaje); “el ciego monólogo” que el poeta ha entablado en la tiniebla se consuma “verdad desnuda de sí mismo” gracias a la aguja que trenza tanto “dolor vacío,/hondo,/desorbitado,/seco,/tan sólo comparable/al de la perpetua sed…” Elías Nandino habla y Enrique Aguilar textualiza. Idiolecto que es testimonio enamorado y texto que es misa en el sentido de celebración y muestra de oficio narrativo: ¿Biografía o novela? El reportero (narrador) juega semánticamente y propone una vida no/velada (novelada: imaginaria, inventada…; no/velada: sin nada oculto); que es ficción de confidencias: azares intertextuales que nos dan la posibilidad de conocer la aventura de una existencia como “tacto vivo”: cartas cruzadas y representación del fantasma que somos.

IV

“Vivir la tempestad de los silencios”

Elías Nandino

Elías Nandino vivió en el aguacero. Deseando hambriento de cuerpo en cuerpo y nunca se detuvo en ningún umbral. Buscó, y las brisas del verano no despeinaron su aliento. Lloró como un acto de plegaria y deshebró los manteles para que la mesa estuviera desnuda y el pan se sirviera caliente frente al sueño. Todo en el poeta Nandino es agitada consumación en el sentido quevediano (“cuando todo se va yendo paulatinamente y uno va prescindiendo de una cosa tras otra, porque ya sólo se tiene un rostro marchito y un cuerpo flácido para dar, se siente un dolor tremendo…”): Enrique Aguilar sabe descifrar los tonos y el fraseo preciso de cada hecho: acudimos a las incitantes raíces de la memoria como luz y sobresalto; confesiones transparentes, y silencios abiertos por vez primera, a sabiendas de que cada trazo dibuja huellas y bordea el deseo siempre latente en esos zaguanes que edificamos con la mirada.

Hay muchos fragmentos del libro que son memorables: los dibujos que se hacen de Villaurrutia (el pasaje donde Nandino cuenta la muerte de éste es de una ternura que nos deja sobresaltados y mudos), las ironías de Novo, el testimonio de la amistad en el Grupo de Contemporáneos, los trotes y vueltas del mismo Nandino…; creo, sin embargo, que el texto logra uno de los momentos más hermosos en la viñeta “Vivir muriendo” precisamente, por el columpio de la confesión que se tiñe matizando balances de poesía verdadera:

Durante mi existencia lo más sucio lo hice sagrado a base de poesía. En lo profundo de mi pensamiento no creo haber pecado nunca, porque no hice más que lo que mi cuerpo me pidió. Mientras amé, mis coitos fueron tan pensados, rimados, con las sílabas tan contadas, que creo que realmente llegué a hacer poemas con los cuerpos de mis amantes. (pag. 196)

 Poemas que son ansias y necesidad; y cuerpos que son pasiones. Apetito y vehemencia. Hambre y promisión. Pretender para soñar el sueño de una vida siempre en tránsito y festejo. Si toda vida es un regalo de orfandad en la intemperie del mundo: una vida no/velada nos confirma que estar en el mundo puede ser también una fiesta de riesgos alucinados. Desandamos en fuga; los delirios nos persiguen: la penumbra es la noche permanente que siempre nos pronuncia. A 100 años de esa vida marcada desde el “poema desnudo que no puede decirse” y que descubrimos gracias a la osadía de un irreverente que se llama Enrique Aguilar: vale la pena romper las arboladuras de las barcas y descargar los soles; nada es tan de uno hasta el instante en que los ojos se posan en sus iniciales: hay libros que amamos y deletreamos; en mi caso, Elías Nandino: una vida no/velada es uno de ellos.

Siempre el anochecer y la fiebre. Siempre la piel y el rostro del crepúsculo. Reinaldo Arenas se apresuró porque la nocturna herida del tiempo lo acorralaba. Elías Nandino contó en muchas noches silenciosas todas las profecías que su voz inmensa había guardado desde niño (“Al vivir mi esperanza olvido todo/para entrar en el orden del lenguaje”):  sabía que “Dudar es asistir a la tragedia” y entonó con inocente rapidez, esta “eternidad del polvo” que Enrique Aguilar nos entrega en forma no velada.

*Carlos Olivares Baró es escritor cubano residente en México.

 

comentarios
  1. Esta vida novelada de Elìas Nandino en mi opiniòn es lo que màs me ha gustado de tu autorìa, Enrique. Me conmoviò, hoy sin duda alguna, te felicito y gracias a tu novela conocì a este mèdico cuando te publicaron y una amiga me prestò el libro.

  2. gabriel reyes dice:

    «Una vida sin velos» que la disimulen, te felicito por tu respeto a la interioridad del poeta, medico y seductor respetuoso de sus amores. Hace años me intrigó en alguna de sus paginas, pero el volumen desapareció de mi biblioteca. Ahora en este año del coronavirus, me lo volví a encontrar en una librería de viejo y lo leí completo. Casi de un tirón. Me hiciste reconocerlo como medico que cura cuerpos, como poeta que los dibuja, como amante que los despierta. Detrás de todo no esta sino el amor de un hombre pleno. Sus hijos fueron todos los que curó, y todos los que amó sin egoísmo.

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