Abortar no es un placer

Por Enrique Aguilar R.

 El aborto no es un juego. Nadie, estoy seguro, lo hace por gusto. Tampoco es un deporte. No es, asimismo, algo intrascendente. Nadie, también, lo hace con ganas. Menciono todo lo anterior, porque es algo que casi no he visto decir entre los argumentos o las discusiones que alrededor de este tema se siguen esgrimiendo tanto por quienes están a favor, como por quienes están en contra de la interrupción legal del embarazo.

Se puede abortar mediante la ingestión  de pastillas, junto con la introducción de ellas en el cuerpo de la mujer. Antes de que en el Distrito Federal esta intervención quirúrgica fuera permitida y practicada en los hospitales oficiales, había quién iba con la gente que vende hierbas en el mercado de Sonora para que le “preparan” una fórmula la cual, para mayor “eficacia”, mandaban que se le combinara con unas cápsulas que venden en las farmacias cercanas.

Otros métodos eran la introducción de una sonda que provoca contracciones de la matriz y expulsa el producto, pero con lo cual se corre el riego de perforar la propia matriz. Otro procedimiento era introducirle a las embarazadas un instrumento con el cual se extrae el “cigoto” mediante una aspiración, todo esto en por lo menos una mesa de exploración, con anestesia local o general, y no con las más estrictas medidas de asepsia.

Para abortar se utilizan también inyecciones que inducen también contracciones y con ellas la expulsión del óvulo fecundado.

El procedimiento quirúrgico para hacerlo, finalmente, implica el empleo de un quirófano, el uso de anestesia general, y el “raspado” del óvulo y de la pared del útero en que se encuentre implantado mediante el instrumental necesario y adecuado.

Todo este repaso general y no especializado de las diversas formas y métodos que se utilizan para abortar tiene como finalidad consolidar los argumentos que están al inicio de este  texto. En el aborto no hay gusto, placer o juego. En todos estos procedimientos hay dolor, y se llega a ellos con miedo, con angustia y desesperación.

Infinidad de veces quien aborta lo hace porque le falló su método anticonceptivo, o porque justo al tener relaciones no usó ninguna precaución por ignorancia, olvido o exceso de optimismo en que “no va a pasar nada”.

En otras ocasiones –más trágicas aún- los embarazos son producto de violaciones, y si no es ese el caso, son el resultado de relaciones forzadas en las cuales las mujeres son víctimas de la imposición de la voluntad de algún abusador que puede ser incluso su novio, amante o marido.

Al aborto, entonces, se llega porque fue el resultado de un descuido, de un momento de inconsciencia, de una falla de un condón, de un mal cálculo respecto del método del ritmo, de un exceso de insistencia asociado a una falta de resistencia, de una imposición, o de que a alguien, para su mal, le tocó ser parte de la estadística o estar dentro del índice de error que tiene todo método anticonceptivo.

Se aborta porque no se tienen las condiciones económicas, emocionales, familiares, físicas e intelectuales para tener un hijo. Porque en esos momentos se tiene una vida tan complicada, carente de recursos, que la posibilidad de reproducirse en esos momentos sólo se considera una complicación mayor y más grave. Porque la relación sexual, emocional, sentimental que se tiene con la pareja no es lo bastante sólida, o porque esa pareja se le considera buena para todo, menos para ser el progenitor de la propia descendencia, o porque ésta ya es tan grande que el presupuesto no alcanza para recibir a alguien más.

Abortar siempre implica un conflicto. Para empezar físico por parte de la mujer que tiene que sufrirlo, porque hay que insistir, en ese proceso no hay nada agradable que no sea el despertar y saber que el procedimiento para realizarlo ya pasó, ya concluyó.

Por otra parte, de eso no se sale sin secuelas. Las mujeres que lo padecen tienen la mayoría, pero los hombres que las acompañan tampoco salen bien librados. El aborto deja cicatrices en el cuerpo y también en el alma.

No es algo como para deseárselo a alguien.

Hasta la fecha, en los argumentos de quienes se oponen al aborto lo que he visto ha sido ignorancia. Y en su mayoría son hombres, católicos, para más señas, quienes NO saben de lo que hablan. Se basan en el respeto, en abstracto, de la vida humana, que según ellos se inicia en el momento de la fecundación. Yo hablo de la vida concreta de una mujer, y a veces del hombre que la acompaña, porque muchos huyen al momento que más se les necesita, y de su angustia, su desesperación y su temor, y de su mutua declaración de insolvencia anímica, sentimental, económica y social para llevar hasta su culminación una situación que no estaba calculada ni deseada.

Por último, va aquí una anécdota, en verdad aleccionadora. Yo conocí a mi amado hijo a los dos meses de concebido. Y a esa tan temprana edad supe que era niño. Acompañé a su mamá a que le hicieran un ultrasonido. La médica lo ubicó y yo le pedí además que por favor me grabara en video esas imágenes. En un instante ese ser pequeñito apareció casi como una sombra pero que ya estaba completo: cabeza, tronco, pies y manos. Supe que era varón porque en un instante “se rascó” la espalda. De inmediato le dije a mi pareja y a la doctora: “es niño, las niñas no se rascan así”. Para que mejor me entiendan, fue como ver a Homero Simpson sacándose de la parte de la espalda de su traje de trabajo la barra de metal radioactivo.

A mis alumnos, esos jovenzuelos que en la universidad me ha tocado formar, siempre les cuento esto y les insisto en que para ahorrarse todas las calamidades implícitas en un aborto, no hay precaución que salga sobrando, pero que si en última instancia los azares de la vida los llevan a meterse en un embarazo no deseado, lo mejor es actuar rápido, sin dudas y sin penas antes de que el asunto crezca. Como todos son mayores de edad, les digo: junto con su pareja vayan al centro de salud del DF más cercano, expongan su caso y pidan que los atiendan. En el caso de las mujeres, si su pareja demuestra su incompetencia, entonces hablen con su mamá y pídanle que las acompañe. No va a pasar de que primero las regañen un rato, pero luego, ante la gravedad del asunto, las van a acompañar. Si creen que ni su pareja ni su madre son la gente adecuada para el caso, entonces llévense a su mejor amiga, pero no se tarden.

Porque miren, les digo, más allá de discusiones mensas, el producto de su accidente, falta de información, descuido, falta de precaución o exceso de cervezas y de hormonas rápido, a los dos meses, se convierte en esto, un ser que se rasca o se mueve igual que ustedes y frente al cual ya no hay objeción que valga, ¿o sí?

De esa clase no hay quien no salga impactado, y supongo que menos dispuesto a correr riesgos innecesarios.

Yo también confirmo que, hasta para asuntos tan complejos, como el de la procreación, o tan doloroso como lo es el aborto, la información es la mejor respuesta.

enrique_aguilar_1@hotmail.com

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