A propósito de Fantasmas, de Armando Ramírez

Referencias, remembranzas, recuerdos e invenciones, a propósito de Fantasmas, un recorrido novelesco por las calles, la historia y las tradiciones del Centro Histórico de la Ciudad de México, de Armando Ramírez

Por Enrique Aguilar R.

De esta novela, porque es una novela, más allá de que su autor medio se haga bolas con el género y ande inventando que es un “cronovela”, es decir, una combinación de crónica con novela, puedo decir que la conocí desde que “estaba chiquita”.

De unos cuatro años para acá, Armando Ramírez y un servidor nos hemos visto por lo menos una vez al mes, y a veces muchas más, para venir aquí al Centro Histórico de la ciudad de México a tomarnos una cerveza, él un café y yo un té, o ambos un mezcal, y para platicar sobre nuestros textos, proyectos, planes, pareceres políticos  y lecturas literarias al calor de las bebidas y al paso de las muchachas bonitas que , por fortuna, cada vez circulan más por aquí.

            Esas pláticas han sido en buena parte una forma de taller literario en el que ambos hemos intercambiado información y opiniones sobre nuestros escritos, en cuanto a su estructura, lenguaje, personajes, anécdotas y tramas, y fue ahí, en medio de la charla, las copas y las botanas donde conocí primero la idea y después hasta a la extranjera que le sirvió de base para elaborar a Joanne, su personaje, más dos manuscritos de esto que ahora ya circula en las librerías y entre muchos lectores y se llama de forma abreviada Fantasmas.

            Para mí ha sido un gusto y un privilegio estar presente en el proceso de creación de esta novela, lo cual se debe en parte a la confianza que hacia mí tiene Ramírez, y en parte también a que a ambos nos une una amistad de muchos años, tantos que mi discreción y su vanidad me impide declarar, y el prematuro alzheimer de ambos contar…

Somos tan cuates que ya me ha metido como personaje en dos de sus novelas: en Pantaletas me puso como el profesor universitario que se tira a La Chancla, su alumna, el personaje femenino principal, y aquí en Fantasmas en la página 41, mira en cuál, me pone como el autor, dice el narrador, “de un clásico de la pornografía”… (¡Ay, mi cuate…!)

            Pero en fin, hay que pasar al texto y decir de entrada que como toda buena novela, Fantasmas es invención, en la cual desde la primera línea está presente un narrador que lo mismo alude a un verso de Jorge Luis Borges, que inventa un personaje que se llama igual que el autor, y a un supuesto primo de nombre Alberto, que es como un alter ego del primero, para constituirse así en una referencia borgeana más, porque entre esos dos personajes se establece un laberinto identitario, en el que unas veces uno es el minotauro, y otras veces ese mismo sujeto es Teseo. O sea que entre éstos uno al otro se andan persiguiendo…

O para decirlo también con otra  referencia a Borges, entre ellos aparece un juego de espejos en el que uno es el que se confiesa, el primo Alberto, y otro es el confesor, Armando, el personaje, pero ahí también se alternan y se cambian entre ellos los roles, porque luego el confesor ante el silencio y la presencia evasiva de ese primo desaparecido y luego aparecido, toma el rol del confesado y habla de los lugares que le gustan, de los datos que recuerda, de su romance con Joanne, de las crónicas que hace para la televisión y de los personajes que en su caminar se encuentra y entrevista.

Fantasmas es también una invitación a la memoria tanto de los dramas íntimos como lo puede ser una casi traición o una carencia de convicción, en el caso del primo, hacia su novia Sofía o hacia sus ideales, como de los dramas sociales, como lo fue el Movimiento del 68 y los años de la llamada Guerra Sucia que se vivió en México en los años 70 y que tanto el narrador intradiegético como el primo protagonista aluden, padecen y recuerdan.

Para que quede más claro, uno de los autores favoritos de Ramírez, el autor, es Borges, y por eso hay aquí tantas alusiones a la obra del argentino, y por eso es que también Armando creó en esta novela un narrador-personaje que se llama igual que él, y que tiene gustos como los de él, y hasta un trabajo igual al de él: luego, Ramírez quiere ser Borges…

Chistes aparte, lo que sí es cierto es que Armando creó un narrador-protagonista, que al igual que Funes el memorioso, se acuerda tanto de la historia reciente como de la antigua, de modo que los paseos con el primo le sirven para referirse lo mismo a hechos, datos y personajes prehispánicos que a lugares, hechos, personajes y edificios del tiempo de la colonia,la Reforma,la Independenciayla Revoluciónhasta llegar a la época actual, aprovechando con mucho tino y malicia narrativa e informativa que el Centro Histórico de la ciudad de México se presta para eso por ser un testimonio vivo y vigente de todas esas épocas.

Al meter todas esa referencias y personajes en un texto literario, Ramírez las dota de un nuevo matiz; para decirlo en un término ahora en boga las “recarga”, porque las saca de su contexto real, las envuelve en contexto imaginario, y cuando el lector las recupera en el plano cotidiano se da cuenta que son las mismos, pero con un agregado, el que les dio el aparecer en la historia ficticia, literaria.

Cuando uno después de leer esta novela, se para en la esquina de Madero e Isabella Católica, o camina alrededor del Zócalo o cruza San Juan de Letrán, o va a Garibaldi a oír a los mariachis, ahora ve esas calles, sitios y edificios y también recuerda que en esa esquina se paró el primo de Ramírez, el personaje, o que allá Armando, otra vez el personaje, le contó tal o cual anécdota de la tumba de Benito Juárez a su primo, o que desde ese balcón arrojaron el cuerpo de Sofía.

Uno de los poderes de la literatura es el de recuperar pero también el de crear mitos. Eso lo sabe Armando Ramírez, el autor, y en esta novela hace eso a lo largo de sus páginas.

Es un poder, pero también un placer.

Otro de los autores que a Ramírez, el autor, le fascinan es James Joyce y creo que él en parte tuvo en mente los paseos y caminatas de los personajes que aparecen en el Ulises de ese autor, para armar los recorridos de los personajes de Fantasmas. Luego entonces, Ramírez quiere ser Joyce…

Ahora, así como al leer los textos de Guillermo Prieto, Ángel de Campo, Manuel Gutiérrez Nájera, Federico Gamboa y Francisco Zarco, a uno se le vuelven más queridas las zonas y los sitios en que ocurren sus crónicas y cuentos, creo que así va a pasar, o ya pasa, con los sitios, calles y edificios que aparecen en la novela Fantasmas de mi amigo Armando Ramírez, porque uno ya ve los sitios que él cita ahí con más afecto y cercanía, y porque al final de cuentas, como de algún modo lo dice Robert Graves, la literatura sirve para dejar constancia de lo que uno ha querido.

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